"El aire acondicionado engorda porque, cuando está fresco, se nos despierta el apetito", dice Javier Sánchez Perona, investigador del Instituto de la Grasa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, que hace 20 años, sorprendido por el calor en Sevilla, le hizo estudiar la relación entre la temperatura y el apetito.

Según un reportaje de CNN Portugal, el especialista es del País Vasco, donde las temperaturas son mucho más suaves, por lo que notó la diferencia cuando llegó a la capital andaluza.

Como él, la mayoría de los sevillanos no tenían aire acondicionado, algo difícil de imaginar en una de las ciudades más calurosas de Europa. Al mismo tiempo, Javier Perona observó que la ciudad parecía tener menos personas con sobrepeso, lo que le llevó a iniciar su investigación.

Si había una aparente relación causa-efecto en el hecho de que Sevilla sea una ciudad calurosa y haya pocas personas obesas, la evolución de la población sugiere que esta relación existe. El aire acondicionado ha llegado a la ciudad, mientras que Andalucía se ha convertido en la región con mayor índice de obesidad de España.

Javier Perona no afirma que la manipulación de la temperatura del aire sea la única causa de la obesidad, porque no ha encontrado ningún estudio que demuestre específicamente esta relación. Sin embargo, dice el investigador, lo más probable es que ese estudio no exista "porque probablemente nadie lo ha hecho".

"Lo que sí se ha demostrado científicamente es la relación entre la temperatura y el apetito. A mayor temperatura, menos apetito. Por lo tanto, parece evidente que si vivimos y comemos con aire acondicionado, comeremos más y engordaremos más", señala el licenciado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos en declaraciones a El País.

"Sedentarismo térmico"

Es lo que algunos expertos han bautizado como "sedentarismo térmico", una adopción de comportamientos que nos hacen movernos menos porque no queremos salir de un entorno donde la temperatura está controlada.

Esta relación entre la temperatura y el apetito está probada por múltiples investigaciones. En 1963 un estudio realizado con ratas concluyó que los animales comían mucho menos cuando se exponían a temperaturas más altas. A 35 grados comían el 10% de lo que habían comido a 24 grados, y a 40 grados dejaban de comer.

Más esclarecedor es un estudio publicado por la Universidad de Birmingham, en Estados Unidos, que demostró que, cada vez que la temperatura aumentaba un grado, los seres humanos comían 85,9 kilocalorías menos del alimento que se les daba, en este caso pizza.