Esto da lugar a mucha indignación performativa en los países poscoloniales que necesitan agravios para presionar a los países más ricos del mundo. Es justo: los países poscoloniales son en su mayoría pobres, mientras que las antiguas potencias imperiales son muy ricas pero no muy generosas. Las ex colonias necesitan una palanca, y la culpa colonial es una buena palanca.
Sin embargo, para que esta táctica funcione bien, la población de estas posesiones europeas de ultramar debería estar gimiendo bajo la represión extranjera y exigiendo ferozmente su independencia. El problema es que la mayoría son pragmáticos y se conforman con seguir siendo colonias si hay dinero.
El último ejemplo es Nueva Caledonia, una isla del Pacífico Sur del tamaño de Bélgica situada a unos 1.500 km al noroeste del extremo superior de Nueva Zelanda. La población era mayoritariamente canaca (melanesios nativos) hasta hace unos cincuenta años, cuando varias empresas mineras provocaron un aumento de la inmigración procedente de otras islas del Pacífico e incluso de Francia.
Se trata de un agravio potencial que merece la pena explotar. Como resultado de esa inmigración, la proporción de canacos en la población ha descendido a poco más de un tercio del total (112.000 de los 300.000 habitantes de la isla).
Sin duda, muchos canacos quieren la independencia, sobre todo los jóvenes de las zonas rurales, que ven en ella una posible fuente de empleos protegidos para estos verdaderos hijos de la tierra. Sin embargo, las otras etnias, ahora más numerosas, se opondrán por la misma razón. La independencia les convertiría en ciudadanos de segunda clase.
No desesperen. Se hará justicia. En virtud del Acuerdo de Numea de 1998, Francia se comprometió a celebrar tres referendos sobre la independencia y a restringir el voto únicamente a los ya residentes (que en aquel momento seguían siendo mayoría canaca).
¿Por qué tres referendos? Porque ya era obvio que muchos canacos (llámense pragmáticos, si quieren) no querían la independencia. Así que, para que los canacos independentistas aceptaran el proceso, se les dieron tres oportunidades de convencer al resto de que votaran sí. Si obtienen la mayoría en uno solo de esos referendos, Nueva Caledonia será independiente.
En el primer referéndum, celebrado en 2018, en el que podían votar todos los canacos, pero solo los residentes de larga data de otras etnias, el 56% de los votantes apoyó seguir formando parte de Francia.
En el segundo referéndum, en 2020, con el mismo electorado (todos los canacos, pero solo alrededor de la mitad de la población adulta total), ese porcentaje se redujo al 53% a favor de seguir siendo franceses.
Y el partido independentista boicoteó el tercer referéndum, en 2021, aparentemente porque Covid dificultaba la votación, pero en realidad porque sus propios sondeos revelaban que volverían a perder. Es mejor retirarse y mantener viva la cuestión que perder una tercera votación consecutiva aunque los dados estén cargados a favor de la facción independentista.
Francia considera ya cerrada la cuestión de la independencia, y la pasada primavera boreal la Asamblea Nacional francesa tomó medidas para devolver el voto a la mayoría de las personas que habían sido excluidas de los referendos. Todos aquellos que lleven en Nueva Caledonia al menos diez años (es decir, 2014) podrán votar en las futuras elecciones.
Entonces, ¿qué iba a hacer la facción independentista canaca? Lanzar una guerra de liberación nacional, obviamente, o al menos un facsímil plausible de la misma.
El pasado mes de mayo, los militantes canacos bloquearon las carreteras y exigieron la independencia sin ninguna tontería electoral. Nueve personas murieron, se declaró el estado de emergencia, el presidente francés Emmanuel Macron realizó una visita de emergencia... y no pasó gran cosa.
Se acabó, en realidad, por la misma razón que otras posesiones francesas en todo el mundo -la Polinesia Francesa en el Pacífico Sur, Mayotte y Reunión en el Océano Índico, Martinica y Guadalupe en el Caribe, y la Guayana Francesa en América del Sur- todas optan por seguir siendo francesas. El soborno es irresistible.
Si vives en un departamento de ultramar de Francia, recibes una buena educación gratuita y un nivel francés de servicios públicos y sociales. La renta per cápita de Nueva Caledonia es diez veces superior a la de otras naciones insulares cercanas como Fiyi, Vanuatu, Samoa y las Islas Salomón.
Lo mismo ocurre en el Caribe, donde las islas francesas tienen un PIB per cápita tres veces superior al de las islas cercanas ex británicas que optaron por la independencia. Lo mismo ocurre en el Océano Índico, donde la Reunión Francesa tiene el doble de PIB per cápita que la cercana Mauricio, ex británica, y en la Guayana Francesa, que tiene el PIB per cápita más alto de Sudamérica.
Llámelo soborno si quiere, pero la palabra más educada es pragmatismo. Y si no tienes que vivir con la elección, no critiques a los que sí la tienen.
Gwynne Dyer is an independent journalist whose articles are published in 45 countries.