En 2019, la mayoría de los 7.469 estudiantes encuestados admitió haber leído menos de tres libros por placer en los 12 meses anteriores a la encuesta y, entre los estudiantes, el 21,8 por ciento de los jóvenes dijo no haber leído ningún libro durante el mismo período, más que en 2007, cuando sólo el 11,9 por ciento dio la misma respuesta.

Esta tendencia puede observarse en ambos niveles de educación, pero es en la educación básica donde hay una mayor diferencia entre los dos períodos con el porcentaje de estudiantes que no leyeron ningún libro por ocio, que pasó del 11,3 al 26,2 por ciento.

También existe una diferencia contextual entre 2007 y 2019 que, según el investigador, podría ayudar a explicar estos resultados: la extensión de la escolaridad obligatoria hasta el 12º grado, que se tradujo en una mayor heterogeneidad en los institutos, que ya no es "una especie de filtro".

Los primeros resultados del estudio también apuntan a una relación entre los hábitos de lectura de los alumnos y el contexto familiar y, más que el nivel de educación de los padres, es la relación de las propias familias con la lectura la que parece tener mayor influencia.

Cuanto más fuerte es la relación de la familia con la lectura, más libros dicen los jóvenes que han leído. Pero este es un factor que también se relaciona con la forma en que los estudiantes utilizan la biblioteca escolar.

Según los datos correspondientes a 2019, la gran mayoría de los estudiantes utilizaron la biblioteca para preparar trabajos o acceder a Internet, y sólo el 16,1 por ciento para llevar libros a casa.

Sin embargo, son los estudiantes que tienen más libros en casa los que tienen más demanda en la biblioteca.

La influencia de las familias también puede ayudar a explicar el debilitamiento de los hábitos de lectura, ya que más de la mitad de los estudiantes dicen que su familia no tiene una relación estrecha con la lectura y los libros y el porcentaje de estudiantes con menos de 20 libros en su casa casi se duplicó entre 2007 y 2019, pasando de 14,5 por ciento a 27,3 por ciento.

Esta situación, consideran los investigadores, aumenta la complejidad del desafío planteado a las escuelas, que requiere reforzar la inversión en la promoción de las prácticas de lectura, no sólo de jóvenes y adultos.