Alrededor de 200 hombres y mujeres se desviaron, empujaron y trotaron durante 1,2 millas por las calles de la ciudad, que estaban repletas de multitudes que les vitoreaban.

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Las reglas eran sencillas: No correr, y llegar a la meta con las bandejas cargadas intactas con un cruasán, un vaso de agua del grifo y una tacita de café.

La carrera, que se celebró por primera vez a principios del siglo XX, llevaba en pausa desde 2012 por falta de financiación. Pero las autoridades parisinas vieron una oportunidad para que la ciudad brillara antes de acoger los Juegos Olímpicos de Verano, que comienzan en julio. También fue el momento de demostrar que tomar un café en una cafetería o un vino en un bistró forma parte del patrimonio cultural de la capital tanto como sus monumentos más famosos.