Los tres primeros riesgos son demasiado evidentes, ya que pasamos de puntillas de un estado de emergencia a otro, pero el cuarto, en forma de Inteligencia Artificial, a menudo citado pero poco comprendido, es quizás el mayor desastre potencial de los cuatro.

Durante la última década hemos asistido a una asombrosa explosión en la aplicación de la Inteligencia Artificial a actividades de gestión que van desde la recaudación de impuestos hasta el control de cultivos y desde la innovación médica hasta el asesinato mediante drones 007. Se dice que el ahorro en la eficiencia de los costes es enorme, aunque debe ir acompañado de los despidos de funcionarios y ejecutivos menores redundantes.

Pero en los próximos diez años es probable que la suma de información comandada por la Inteligencia Artificial se cuadre trayendo consigo inmensos cambios sociales de los que sólo podemos adivinar la magnitud. Hay dos aspectos inquietantes. El primero es la perspectiva de que la I.A. evolucione hasta convertirse en una inteligencia capaz de tomar decisiones superiores a las de sus creadores, y el segundo, la falta de un organismo mundial que tenga el poder y la autoridad para regular las actividades de las empresas gubernamentales y corporativas.

Y antes de que descartes estas proyecciones como fantasía de ciencia ficción, deberías saber que el comité conjunto británico para la Estrategia de Seguridad Nacional ha recomendado urgentemente que su actual presidencia del G7 dé prioridad a la creación de un regulador internacional con los medios para hacer cumplir las restricciones que protegerán a la población mundial de esta potencial extorsión.

Hay que poner en cintura a empresas inmensamente poderosas como Google, Microsoft y Facebook en Occidente, y Baibu, Uniontech y Wechat en Oriente, e impedir que exploten con fines lucrativos tecnologías que tienen el potencial de proteger -no aniquilar- a la humanidad.

Esperemos que la Parca no siga demasiado pronto la estela de los Cuatro Jinetes.

Roberto Knight,
Cavaleiro, Tomar