Después de más de 25 años de negociaciones, después de tantos esfuerzos diplomáticos, políticos y económicos, no puedo aceptar que este acuerdo esté a punto de derrumbarse por indecisión, miedo o populismo.

Lo digo sin rodeos: si abandonamos este acuerdo, será un gigantesco error estratégico para Europa. Y será un error que pagaremos caro, no sólo ahora, sino en las próximas décadas.

Escuchando a los expertos que participaron en el Foro Euro Américas, lo que debería ser obvio resulta aún más claro: este acuerdo tiene el potencial de transformar la economía a ambos lados del Atlántico. Podríamos estar creando un espacio económico a escala global, capaz de reforzar nuestra competitividad, abrir nuevos mercados, atraer inversiones y consolidar unas relaciones históricamente naturales y beneficiosas para ambas partes. Europa ganaría alcance, influencia, capacidad de negociación global. Mercosur ganaría competitividad, tecnología, sostenibilidad y estabilidad. Es uno de esos raros acuerdos en los que todos ganan.

Y, sin embargo, seguimos bloqueados.

Lo que realmente me asusta no son las diferencias técnicas. Son las dinámicas políticas. Vivimos en una época en la que el populismo domina los ciclos mediáticos, en la que la desinformación se ha convertido en un arma, en la que las autocracias y los regímenes militares manipulan las narrativas globales, en la que el debate público está contaminado por miedos fabricados. Hay quienes creen, o quieren hacer creer, que la apertura de los mercados está debilitando a Europa. Es todo lo contrario. Cerrarnos al mundo es lo que nos hace irrelevantes.

Me preocupa que, en un momento en que el planeta experimenta una vuelta al proteccionismo, al nacionalismo y al culto al "sálvese quien pueda", Europa no esté haciendo lo que siempre ha hecho mejor: tender puentes, crear alianzas, reforzar su influencia mediante la cooperación, el comercio y la diplomacia.

Es doloroso admitirlo, pero lo cierto es que, si llegamos a diciembre sin un acuerdo, será un fracaso estrepitoso. Y un fracaso evitable.

Un fracaso porque perderemos la oportunidad de crear una de las mayores zonas de libre comercio del mundo. Un fracaso porque iremos por detrás de otros bloques que avanzan sin titubeos. Un fracaso porque, en una época marcada por potencias militares que recurren a la fuerza, la desinformación y la intimidación, la Unión Europea no puede dar muestras de debilidad estratégica. Un fracaso porque, cuando más necesitábamos unir democracias abiertas, estaremos haciendo un regalo a las fuerzas que quieren vernos divididos.

Y, sobre todo, será un fracaso porque este acuerdo representa algo mucho más grande que aranceles y cuotas. Representa una visión del mundo basada en lo que nos une: valores, comercio transparente, sostenibilidad, diálogo, cooperación. Representa la idea de que Europa y América Latina pueden ser algo más que socios ocasionales. Pueden ser un polo de estabilidad, libertad y prosperidad en un mundo cada vez más inestable.

Me cuesta aceptar que después de tanto trabajo, tantos avances y tantos años de negociaciones, todo esto pueda desaparecer en un suspiro político. Sería convertir una oportunidad histórica en una nota a pie de página. Sería cambiar el futuro por la duda. Sería permitir que pequeños miedos tomaran grandes decisiones.

Creo sinceramente que este acuerdo es más que importante. Es urgente. Es estratégico. Es Europa que se afirma. Y es Mercosur que se consolida. Es el tipo de acuerdo que demuestra que el mundo democrático todavía sabe trabajar junto. Espero que no dejemos escapar esta oportunidad. Porque si lo hacemos, lo que hoy sólo nos preocupa puede convertirse mañana en arrepentimiento.